lunes, 15 de marzo de 2010

Preuniversitario

Hoy mientras iba con mi mamá al supermercado que queda cerca de mi casa comencé a imaginar aquellas frías tardes de invierno donde debía asistir al preuniversitario.

Los martes, jueves, viernes y sábados, eran siempre lo mismo, tomar el colectivo pagar los $400 y bajarme a la altura de Baquedano donde queda un centro de salud del mismo nombre, cruzar la calle, subir dos cuadras y ver a todos los chicos postrados debajo del techo de la casa de las gomas que proporcionaba algo de refugio frente a la lluvia mientras se llenaban los pulmones de humo y se hablaba n puras estupideces.

A veces tenía suerte y podía comprar las cocadas que vendían en el kiosco o algún chicle o chocolate para pasar el rato mientras veíamos y completábamos facsímiles que solo hacían más pesada mi mochila.

Los profesores también eran algo peculiar. La de historia sentía la necesidad de llenar nuestras distraídas mentes de contenidos inéditos o anécdotas históricas que ella había averiguado, era bajita pero con mucho carácter, siempre combinaba el color de sus uñas con su bolso.

Lo que más recuerdo de mi profesora de lenguaje era su irremobible sonrisa y si dulce voz, aunque ahora que lo recuerdo me da algo de escalofríos, siempre bien despierta y atenta daba os mismos ejemplos para explicar las cosas cada clase.

Y por último el singular profesor de matemáticas creo que es el único al que de verdad he tomado en cuenta, era buen profesor pero muy raro tenía una postura curvada como la de Mr. Burns de los Simpson, hablaba muy pausado, a veces se quedaba mirando a la nada y después se reía solo y cuando revisábamos facsímiles decía las alternativas con una palabra como por ejemplo “ 1. Árbol, 2. Casa, entre otras notables como 15. Dieciséis o 13. Catorce”.
En lenguaje y matemáticas me sentaba adelante y siempre en el mismo puesto. Mi favorito era el de la sala A donde los viernes tenía lenguaje ya que estaba al lado de una ventana que aunque no diera a la calle me entretenía viendo el ir y venir de la gente.

A pesar de todo y ahora que lo veo como algo pasado puedo decir que me gustaba ese tiempo, me gustaba llegar en las tardes allá. El camino de ida era lo que más me gustaba porque lo hacía sola y me permitía distraerme de todo y pensar en lo primero que me viniera a la mente, en cambio el viaje de retorno a la casa siempre era un fastidio porque al momento en que me subía al auto mi viejo me saludaba y me preguntaba mi puntaje en los ensayos y luego hablaba de lo necesario para dar la PSU y bla, bla, bla, bla. Debo admitir que siempre hice como que lo escuchaba pero la verdad es que poco me importaba eso.

No se porque me acuerdo de todo esto, pero me causo una cierta nostalgia y una pequeña alegría.

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